lunes, 11 de abril de 2011

Y en silencio recordé que
no quiero olvidarte
no puedo olvidarte así
no quiero dejarte ir...

sábado, 9 de abril de 2011

En ese instante, supe que había llegado el momento de llorar por él. Porque esa noche, fue la noche en que me di cuenta que nada pasaría; que me había ilusionado, nuevamente, en vano.

Tengo rabia, tanta rabia de haberme entregado de nuevo de esta forma, de haber expuesto casi por completo mis sentimientos, de haberme dejado enredar en una historia sin sentido. Cautivada por un niño lindo que, además de lindo ¿qué es? ¡¡No sé!! Y eso es lo que peor me hace sentir. No tengo ningún argumento para sostener por-qué-él-vale-la-pena (o por qué vale la pena sufrir por él). No, no tengo ese argumento y… me carga que mi memoria sea tan mala. O sea, ¿cómo puedo estar segura que la desazón, el enojo, el vacío que siento ahora, no fueron los mismos que sentí cuando me decepcionaron otras personas antes que él? Tampoco tenía argumentos para defender mi afecto hacia esas personas: si “él” es lindo, los otros me atraparon porque jugaban bien al fútbol, o eran ambiciosos, o interesantes artistas, o qué sé yo. En teoría, son todos iguales. Pero, o bien es mi corazón el que no tiene memoria, o esto último fue en verdad más especial. Lo segundo no es tan improbable, pues con él tuve ciertos motivos que fomentaron mi ilusión (su errático comportamiento ante mí, las bromas que nos gastaban sus amigos…), sin embargo, llegó todo al mismo punto de siempre: nada. Y yo me tengo que quedar, hasta que se me pase –porque inevitablemente se me pasará, he vivido mi vida entera esperando que pasen las tormentas-, con los pequeños y posiblemente insignificantes recuerdos, con el escalofrío que sentí cuando lo vi llegar de improviso a un lugar al que no debía llegar, con las expectativas que, tontamente, me hice durante este tiempo; y voy a tener que enfrentarme los próximos días con las ganas de acercarme a decirle alguna estupidez, con la visión de esa boca que he estado muriendo por besar, con la proximidad de esos brazos que una vez me abrazaron y me hicieron prendarme de él... y no poder... Tantas cosas que estarán a pocos metros y que, por mi “bien”, debo mantener alejadas. Quiero gritar. Gritar de ira porque NO QUIERO dejar de pensar que un día él puede ser mío, no quiero dejar de creer en que puede existir ese “nosotros”… mas, llegué al punto en que me parece que conservar la fe es más tonto y más estúpido que todos los castillos en el aire que armé sin preocuparme de tenerles una base sólida.

lunes, 4 de abril de 2011

No quiero que él llegue a ser sólo uno más en la lista de “los que no fueron”.

No quiero que deje de importarme su estupidez. No quiero que deje de estremecerme la visión de sus brazos. No quiero que, un día, llegue a serme indiferente lo que haga, lo que diga, lo que le ocurra. No quiero que, de pronto, no me impresionen sus ojos, no me haga sonreír su risa, no me afecte que me dé la espalda.

No quiero que sea así. Pero, por lo visto, va a ser. Va a ser, va a ser, va a ser. ¿Lo olvidaré? ¿Me va a dar lo mismo? No, no por favor. Cualquiera, pero no él. Mi ex, el viejo de 40, el donjuán de cuarta… a ellos los olvidé, mucho gusto, hasta luego y gracias. Pero no a él.

¿Soy capaz? Desde luego. A lo mejor en unos años, meses incluso, estaré riéndome de que él haya llegado a interesarme. Y ni voy a acordarme de la pena que estoy sintiendo ahora. Mas, en este momento, daría tantas cosas para que apareciera una esperanza que no encuentro… que es probable que no exista, en ningún lado.