lunes, 2 de abril de 2012

Más incoherencias

Esta vez no voy a decir nada. No voy a decir nada porque, siempre que lo hago, al final me desdigo. No voy a decir que ando media enamorada porque eso es feo, es sucio, es tonto y no tiene sentido.
Podría haber sido cualquier cosa. Podrían haberme dicho que el día estaba feo y yo me habría largado a llorar igual. ¿Qué tiene? A veces uno llora sin motivo... es algo idiota, pero no tiene nada de malo.
Dejémoslo en que me gusta, así suena menos trágico. Esta vez no me quiero pasar rollos. No quiero figurarme que también siente algo por mí, no quiero apostar cuánto tiempo pasará antes de que vuelva a la soltería, no quiero imaginarme nada porque al final todo resulta ser siempre ilusiones que se caen a pedazos, no a pedacitos, a PEDAZOS con ruido, polvo y destrucción.
Sólo no me digan que no me respeta. Pues eso sí que siento que es verdad ("siento"... demás que también es imaginación mía). Me he esforzado para que me respete. Lo bueno del asunto es que empecé por mí. Esta vez no fue una de esas ocasiones en que soy capaz de convertirme en algo sólo para que me quieran. Lo hice por mí. Lo hice porque tenía ganas, porque quería reencontrarme con el potencial que tengo en el cerebro y que a veces no uso porque prefiero ver tele o leer el horóscopo. Así que, aunque se case con quien está ahora, igual me veré beneficiada yo con lo que he logrado.
En el fondo, esto no es más que una ridiculez de niños. Una de las mentes brillantes de mi curso, de esas que no les gusta perder. Y yo la superé. Se sintió bien ganarle. Y se sintió bien que reconociera mi victoria. Déjenme quedarme con eso. No me digan que es otra cosa que me inventé :c

jueves, 8 de marzo de 2012

No pienso escribir ni una wea coherente, porque hoy me siento incoherente a más no poder.
El niño por el que sufrí los últimos dos años ya no me importa. Se cumplió mi autoprofecía. Incluso, ya superé la etapa de la risa. Ahora me da VERGÜENZA que él me haya gustado.
A veces pienso que hay gente que definitivamente no tiene la capacidad de ser feliz: que nunca la tuvo o que la perdió y no le interesa ni siquiera buscarla. Quizás eso se llama no querer ser feliz. Y yo me siento incluida en ese grupo. Siempre encuentro un motivo para ser infeliz... es como si me sintiera más cómoda así. De hecho, los días en que me siento plena, en que creo que las cosas van a ir bien, me aterro. Me aterro porque sé que ese estado es transitorio y voy a arruinarlo con mis enredos mentales tarde o temprano.
Conocí a alguien. O sea, le conozco desde hace un tiempo, mas hace poco comencé a verle tal como es. Y me agrada. Pero no quiero... no quiero, no quiero, no quiero echarlo a perder. No quiero sentir celos de alguien que aún no me pertenece, no quiero asustarle con mis inseguridades, no quiero estar demasiado presente por miedo a atosigarle ni tampoco quiero darle tanto espacio como para que piense que no me interesa. Todos los errores que han rondado en mis (prospectos de) relaciones anteriores se juntan ahora en torno a una sola y nueva persona. Demasiado peso sobre los frágiles hombros de un "algo que quizás puede ser". No quiero, por favor, no quiero tener que un día odiarle.
Percibo mi corazón pesado. Como si hubiera una piedra dentro de él. Una congoja permanente, que se acentúa cuando le recuerdo.
¿Por qué simplemente no puede bastarme conmigo?
Creo que esa es una pregunta triste.

lunes, 27 de febrero de 2012

Me encontré con algo que no sabía (o no recordaba más bien) que tenía. Cosa rara... Puede que yo sea cachurera pero en general guardo un buen registro mental de mis posesiones.
Abrí un cajón -uno que no abro muy seguido, claro- y me encuentro con una bolsita de papel rosado. Durante unos segundos me pregunto qué es. La doy vuelta y por el logo me hago una idea de su contenido. La vacío y aparecen unas figuras que me había regalado mi ex: un llavero de un puchiguso, una Shizuma y una Nagisa. A la Nagisa le falta un brazo; juro que no se lo saqué yo en un ataque de rabia de mis momentos de despecho. De hecho, haciendo memoria, me acuerdo que fue un motivo de cuasi-depresión el accidente sufrido por esa monita (¿le dije a mi ex que su alter ego yuri había quedado manco?... creo que no).
Miro el descubrimiento un instante. Tomo las figuritas en mis manos y les doy un beso. Se me llenan los ojos de lágrimas. No entiendo de dónde ha aparecido tanta ternura. Bueno, estoy menstruando, eso ha de haber influido un poco (o tal vez mucho).
Las guardo en su empaque. Las vuelvo a sacar. Las miro otra vez. Y una ola de recuerdos dulces y nostalgia me aprietan el corazón. Recuerdos de los buenos. Recuerdos de ese amor perdido en alguna parte del mundo: del amor que se fue, del que no se ha ido aún y del que no se irá nunca.
Desequilibrio hormonal.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Estoy re-leyendo un libro que me gustó mucho en mi adolescencia. O sea, me encantó en ese entonces, pero en estas noches en que he vuelto a sumergirme en sus páginas, me conmovió más que antes. Ese libro, de cierta forma, ha marcado mi vida y le agradezco que me emocione tanto, pues al leerlo ahora me ayudó a soltar las lágrimas que he contenido estos últimos días. Necesitaba llorar, aunque sinceramente pensé que no iba a hacerlo. Porque recibir una mera confirmación de la sospecha que te ronda hace tiempo es menos impactante que encontrarte con la noticia de un día para otro. Sin embargo, supongo que tenía que llorar igual. Mentiría si dijera que me es indiferente que él, mi gran "amorsh" durante estos últimos dos años, esté pololeando (no conmigo, por supuesto). Es cierto que todos mis prospectos de relaciones amorosas terminan así: con mi objeto amoroso felizmente emparejado y yo sola (sola, sola, sola... la palabra que me obsesiona y tortura un poco desde hace un tiempo), mas no quiero ahondar en los motivos o problemas psicólogicos o simple mala suerte que han hecho de ese final un hecho repetitivo y casi predecible en mi vida. De hecho, he escrito unas cuantas cosas sobre eso: sobre por qué me es imposible concretar algo, sobre la soledad y las inseguridades que crean un círculo vicioso al respecto y sobre cómo me "seco" cada vez más al sentirme tan lejos de lo que anhelo. Pero no publico nada. Armo infinitos textos en mi cabeza, los plasmo en papel o en un hoja de Word y luego no me atrevo a publicarlos, debido a que exponer el proceso de hacerme cargo de mi vida y mis carencias me avergüenza. Tal cual: el pudor (una palabra que yo no uso y que incluso pensé que nunca iba a conocer) me impide exhibir una situación que ha resultado ser sumamente íntima y personal... no, no puedo -ni siquiera aquí, mi casita y refugio- exponer sentimientos, temores y dolores que apenas me atrevo a revelarme a mí misma. Es por eso tal vez que me he ido alejando de la gente. Estoy ahí, como siempre. Y sonrío. Lo triste es que ahora no dejo de sonreír nunca, aunque por la razón equivocada. Mi sonrisa -uno de mis mejores atributos, por lo verdadera y espontánea que solía ser- está ahora congelada en mi cara. Porque si sonríes todo el tiempo y te muestras feliz, nadie va a preguntarte que qué es lo que te pasa. Y no es que yo no sea feliz, es sólo que no quiero que nadie hurgue -por más que sea con la mejor intención- en mis sitios oscuros; no quiero tener que entrar a explicar que estar satisfecha con casi todo lo que soy y lo que tengo no evita que me sienta vacía e incluso que perciba mi corazón más seco y mis respuestas más amargas en ocasiones.
En todo caso, no puedo decir que me sienta triste por su pololeo. Siento una congoja, aunque es más de rabia y celos (algo así como lo que sentí cuando supe que mi ex estaba pololeando, pero quitándole la desolación): rabia de que él haya conseguido emparejarse primero que yo, y celos al pensar "¿que tiene ella que no le podía ofrecer yo?". Además, gracias a la inmadura pero eficaz estrategia de "un clavo saca a otro", ya me había hecho la idea que existen especímenes mejores -en todo sentido- por los que ilusionarse, sufrir y enloquecer.
Llorar porque esté de novio con una niña, que más encima es súper fea (jajaja... lo picota del comentario no quita lo verdadero) es nada más que la punta del iceberg.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Hace mucho que no escribo. La “vida real” con sus “problemas reales” se pararon en frente mío con su peor cara y me obligaron a prestarles atención. Aprobar un ramo, estudiar para una prueba, reparar relaciones dañadas fueron asuntos que me mantuvieron ocupada y me impidieron meterme a mi blog-casita a divagar y lamentarme por mis dilemas imaginarios. Bueno, no es que yo los invente tampoco, pero supongo que las cosas que escribo acá se solucionarían bastante fácilmente si yo poseyera una buena tijera mental que me permitiera cortar por lo sano y no enrollar la realidad hasta hacer de ella un nudo ciego.
En rigor, escribí un par de cosas -antes de que comenzara el segundo semestre- acerca de mi indiferencia hacia el resto de mundo, acerca de que soy de las más porras de mi curso y acerca de lo que sentía/siento respecto a él. Sin embargo, eran palabras tan insípidas y repetidas que no me animé ni a publicarlas. No lograba escribir algo que me gustara porque nada me importaba en ese momento. Él se había ido y todos me decían que aprovechara esa clara señal de que debía olvidarlo para fijarme de una vez por todas en alguien que sí se interesara en mí. Eso me requetehinchaba las gónadas. ¿Conformarme? ¿Por qué? ¿Acaso tengo 40 años y siento que se me están acabando la belleza, la juventud y las oportunidades? No, soy demasiado joven aún y me quedan años para encontrar a alguien. Si él no fue, ¡ya llegará otr@! Un ser a quien yo le interese y que despierte mi interés. Sino... ¿para qué forzar las cosas?
Bueno, yo nunca he sido de esas personas que ven el lado bueno de la vida, el vaso medio lleno o como se llame. Me hago la indiferente porque es más cool, sin embargo, soy trágica y exagerada, toda una drama queen. En privado, soy capaz de asumirme hoy tal como soy: egoísta y despreocupada, media pesada si se quiere teniendo en cuenta que no me importa mucho lo que no me suceda directamente a mí, a mis seres queridos o a gente que no conozco pero con cuya situación empatizo. En todo caso, cuando logré liberarme de él y de su omnipresente sombra (cuestión que, increíblemente, ha sido posible desde su partida) mi carácter ha mejorado sustancialmente.
Me di cuenta que eso (eso = mi existencia, mis emociones, mis vínculos con los demás) no iba bien cuando me imaginé siendo la madre de sus hijos, mas noté que estaba perdiendo el juicio cuando me vi en 10 años más abandonando a un sujeto estupendo por él, quien había sido mi verdadero amor durante todo ese tiempo; sí, supongo que ver tanta teleserie ha surtido su (terrible) efecto en mí.
El punto es que ahora tengo el panorama más o menos claro. Un día, luego de pelearme con mi mamá y con una de mis mejores amigas por causa de mis sentimientos por este muchachito, me di un par de vueltas por el centro, con mi música en los oídos y una cocada en la mano y llegué a la siguiente conclusión: no lo quiero, no estoy enamorada de él, no lo amo.
No puedo amarlo, a menos que exista el amor a primera vista,patraña en la que nunca he creído mucho. Además, tan a primera vista no fue, tuvieron que pasar varias cosas para que yo empezara a pensar en él como el amor de mi vida.
Es verdad que le tengo cariño, que le tengo unas ganas tremendas, que me preocupo si está resfriado, si le está yendo mal en un ramo o si se esguinzó el dedo, que se me aprieta el corazón cuando pienso que lo estoy arrancando de mi vida, pero no lo amo.
¿Es un capricho? No sé. Esa tarde, cuando volvía a mi casa con los chocolates favoritos de mi mamá en la cartera, para pedirle disculpas por mi ridículo y vil comportamiento, estaba segura que sí. En este momento, cuando ya ha pasado más o menos un mes de ese día de peleas, no lo veo de ese modo. ¿Por qué? Porque sé que el cariño y la preocupación que sentí por él fueron verdaderos. No obstante, la niñita consentida que todavía soy no aguantó su rechazo y ese afecto sincero se transformó en una bien mal sana obsesión por conseguir su amor a toda costa.
Dejé de pensar en un futuro con él, fin del asunto. Necesitaba paz, no la tortura que me estaba significando andar pendiente de cada uno de sus pasos y soportar (con desdén por fuera y desesperación por dentro) cada uno de sus desaires.
Me estoy dedicando a juntarme con compañeros más sexies y menos lindos. De ahí a que me resulte, ni idea… al menos, son bien agradables de mirar.